BARRILETES
Guido Pérez Arévalo
Ediciones Silvia María. 113 páginas - Chinácota, diciembre de 1998


 

LA RAZÓN DEL TÍTULO

Los días, los meses y los años, acumulados en más de medio siglo, no han impedido que acuda a los juegos de la infancia para ponerle un título a mis afanes de compilador. Barrilete es un sustantivo alegre, con cargas de sol. Huele a terruño, como los trompos y las bolitas de cristal. Barrilete es un mensaje tirado al viento. Un sueño atado a la cuerda de la ilusión. Lo digo y lo siento ahora, con entusiasmo juvenil, a pesar de las tormentas que azotan mi nave desde hace 58 años.

Barrilete..., el de la Provincia de Ocaña. Los niños de ahora, y los adultos desmemoriados, le dicen cometa. ¡Carajo! Mi barrilete, el de mis recuerdos, tenía cordeles de pita de curricán y papel de seda pegado con almidón. Llevaba cola de trapo, fabricada con jirones de prendas viejas. Y runrunes atronadores en los colores primarios.

En los cerros de la Santa Cruz, en La Playa de Belén y en Ocaña, elevé mil veces mi barrilete mientras el sol me pintaba el rostro de rojo.

"Brisa... brisa... brisa... vení por una camisa", imploraba con los ojos puestos en el cielo, cuando el viento era esquivo. Y el hermano menor, siempre el hermano menor -¡qué vaina!- corría hasta una pequeña colina y lo levantaba hasta donde le alcanzaban sus manitas. "Soltalo, soltalo ya...", lo urgía cuando el primer airecillo movía las hojas del arrayán. Y mi barrilete subía, subía, subía...

Mamá sonreía con mis cuentos fantásticos: Mi barrilete se perdía entre las nubes y no había otro que subiera más alto. Yo le preguntaba si lo había visto desde el patio de la casa y ella contesta siempre que sí.

"Corra hijo -me decía- limpie los zapatos antes de que llegue su papá. Y yo corría a limpiarlos porque mi viejo tenía unas botas inmensas, que sus hijos debían usar cuando deterioraban el calzado antes de su tiempo útil. Esas botas, reforzadas con carramplones y medialunas, eran un instrumento de castigo. Mi hermano mayor, que hizo fama por sus diabluras, las usó sin misericordia pero, para mi desgracia, nunca pudo acabarlas.

¡Ah, mis barriletes! Yo los fabricaba con pechuga y runrunes dobles sobre tiritas de tiradera -¿Recuerdan, la espiga de caña brava?-, para que pesaran menos que el aire. Y jugaba siempre con la ilusión de que fueran observados desde los cuatro puntos cardinales.

En esos recuerdos, cargados de nostalgias, he encontrado el tíitulo justo para la recopilación de estas notas, tiradas al viento, sin pretensiones de alto vuelo.

Guido Pérez Arévalo