Estoraques Fray Campo Elías Claro Carrascal, O.P. (Artículo publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá, Colombia - Volumen VII - No. 9 de 1964) |
Cierto día del mes
de mayo llegó -un hombre a La Playa, población de la provincia de
Ocaña, Norte de Santander. Era
de mediana estatura. Ojos nostálgicos como de quien piensa a menudo en
el destino, en lo fatal, en los sueños, en la tragedia de la tierra y de
la vida... Una barbilla rebelde caracterizaba su semblante. Rebelde y negra, intensamente
negra como el agua del río Main en el poema que comentamos. Y en todos
sus quehaceres la inquietud poética. Había
vivido largo en Alemania y España. Había paseado por Italia y por
todo lo grande de Europa como lo estilan los hombres cultos meditando en la '"pequeñez
de la grandeza humana", saboreando la belleza estética en todas
sus formas. Había escrito varios libros de versos como "Preparación para la muerte" y "Los sueños"... Prosista de novedoso estilo, una gran cultura y un espíritu insaciable. Pero
llegó a La Playa y vio algo que no había visto en ninguna parte.
Con ojos de poeta vio la tragedia de la tierra erosionada. La obra dantesca y
desconcertante que el agua y el viento labraron hace siglos. Visitó los
"Estoraques" y se enamoró de ellos para siempre. Se enamoró
de esa belleza sobria y estática que se aprisiona y fulge en esa árida
selva geológica de formas tan caprichosas. Y
con el poder fulgurante de su fantasía creadora y archimillonaria vio lo
que nadie había visto en ese "reino de tierra y arenisca maravillosamente
sediento". Evocó civilizaciones, resucitó pueblos, relacionó
hechos y lugares históricos con los "Estoraques", recordó
filósofos y echó sus pensamientos y sentires sobre esa soledad de
arena, sobre ese silencio que si se midiera en islas no habría mar. Varias veces tornó
a ese paraje que cautivó su inspiración. Con Guillermo Ángulo
fotografió artísticamente los proteicos escombros y ruinas y columnas
y selvas de estatuas... Y asi nació el sublime poema de los "Estoraques". Así surgió en la poesía nacional el canto único a "los altos, los duros, los broncos "Estoraques". Se inicia el canto hablando de Roma, "la ciudad que fue surgiendo al mundo coronada de hazañas y de templos". Es la obra del tiempo. Evica la gloria del Palatino, con "numeroso metro" como los versos de Horacio y de Virgilio y escribe con frases lapidarias: "El
tiempo está en Sumeria, en Babilonia, Luego nos habla de lo que el viento ha modelado con el paso de los siglos en los "Estoraques": "Aquí
las ruinas no están quietas: "Hoy
es un rostro, máscara mañana, "En
esta sucesión que nadie nota Más adelante, el poeta en inspiradas estrofas describe elocuentemente la imaginaria ciudad en ruinas que él ve a través de esos destrozos de la erosión: es como un Jeremías de los "Estoraques" que canta a la desolada y mustia Jerusalén del viento y de la arena: "En
llamas la ciudad y ardiente el viento Mas,
¿cómo vino esa desolación que describe el poeta? ¿Cómo
acaeció la catástrofe que acabó con los árboles ,
con la belleza de las flores? ¿Qué fue lo que pasó? Cote
Lamus nos lo dice en otra página del poema que resplandece entre las mejores: "Primero
fueron grietas, luego cayeron corredores, pasillos, "Luego
comenzó la guerra de las cosas: "La
montaña, en pedazos, cayó por fin vencida. "Rotos
por el destino, los castillos Y el bardo cucuteño, después de cantar al viento que viene y va en la tarde atravesado por la luz de mayo, después de que siente en los "Estoraques" y oye el rumor de muchos mundos, de hombres que mueven sin sentido los pasos, de huellas que cargan peso de cuerpos sin destino, termina el poema con estos versos que lo sacan de la bella atmósfera de los sueños para colocarlo en la dura realidad de la vida: "Empecé
por abrir la soledad Tal es el poema últimamente publicado por Eduardo Cote Lamus, el poeta e intelectual que en un triste amanecer de agosto de este año de 1964 dijo adiós a la vida para siempre. Con su muerte trágica se obscurece y se apaga en el firmamento de la poesía nacional una estrella de clarísimos fulgores. |