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REVISTA BOLIVARIANA
Cortesía del Padre Fray Ismael Enrique Arévalo Claro, O. P.

COLOMBIA CAPITAL LAS CASAS, UN PROYECTO DE BOLÍVAR
Discurso de posesión del R. P.
FRAY JOSÉ MARÍA ARÉVALO CLARO, de la Orden de Predicadores
como Miembro Correspondiente de la Sociedad Bolivariana.
Sesión Especial, realizada el 13 de septiembre de 1962 en el teatro del Colegio de Santo Tomás de Aquino.
Y respuesta del doctor Guillermo Vargas Paúl

 

1. De izquierda a derecha, entre otros: Doctor Lucio Pabón Núñez, padre Luis Jesús Torres, de la Orden Dominicana; Coronel Alberto Lozano Cleves, Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, y Fray Campo Elías Claro Carrascal, de la Orden Dominicana.

2. Padre Ismael Enrique Arévalo, O. P., Emiro Arévalo Claro, Raúl Claro Carrascal, Luis Humberto Pacheco Claro, padre Domingo de Guzmán Claro O. P. y otro sacerdote.

 
 
Cuando el señor Secretario de la Sociedad Bolivariana de Colombia me sorprendió con la noticia de que esa Corporación, por mil títulos ilustre, me había recibido en su seno, reaccioné con la estupefacción y el asombro de quien no encuentra en su persona mérito alguno que pueda ser galardonado con los honores. Por eso, volví los ojos a la madre ausente, llena de años y de cariño, y a ella le ofrecí, entre conmovido y abrumado, la distinción que en esta noche se me hace.

Saben el muy reverendo Padre Luis J. Torres y los doctores Manuel José Forero, Manuel José Cárdenas y Guillermo Vargas Paúl, a quien debo el alto honor de dar contestación a mi discurso, que con ellos he compartido los afanes, las ilusiones y esperanzas que conlleva la enseñanza de la juventud. Al amparo de los claustros del Colegio de Santo Tomás, aureolados con el recuerdo de Fray Mariano Garnica y Atanasio Girardot, hemos anhelado hacer de nuestro Colegio un templo Bolivariano en donde se honre al Libertador y perdure su memoria. Y todos Juntos hemos soñado viendo una patria grande, noble y digna, forjada en la unidad y consolidada en la paz: ''Los pueblos obedeciendo a la autoridad para libertarse de la anarquía, los ministros del Santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en depender las garantías sociales." Sencillamente hemos comulgado en el amor v la devoción a Colombia. Agradezco, pues, rendidamente el honor que la Sociedad Bolivariana de Colombia me dispensa, y lo recibo no como un galardón sino como un estímulo para trabajar con más ahinco por la causa de Colombia, que fue la causa de Bolívar.

Viniendo ahora al tema que debo desarrollar en esta ocasión, y siendo de rigor que el nombre y la figura de Bolívar resplandezcan y descuellen, debo declarar sin rodeos que no he vacilado en escoger el punto que colma mis anhelos y satisface mis preferencias. El asunto es sencillo y podría enunciarse en estas pocas palabras: Colombia Capital Las Casas, un proyecto de Bolívar.

Es cosa corriente en muchas obras de historia colombiana remontarse únicamente hasta el siglo XVIII para encontrar en él los orígenes de la Independencia Americana. Es lugar común atribuir el empuje y la tenacidad de nuestra gesta emancipadora al influjo de las libertades preconizadas por la Enciclopedia; al vuelco sin precedentes que dio al mundo la Revolución Francesa y al éxito de los Estados Unidos en su guerra de Separación. Está bien que así sea. Pero es más conforme a la justicia y más ceñido a la realidad el testimonio de la historia cuando la leemos de atrás para adelante. Apelemos, pues, a su veredicto.

El domingo antes de la Navidad de 1511 se han congregado en la iglesia de Santo Domingo en la Española los encomenderos y conquistadores para asistir al Sacrificio de la Misa; el Padre Antonio de Montesinos, dominico anónimo y desconocido hasta entonces, pero atento a la tragedia que viven los indígenas, sube al púlpito y expone el texto del evangelio:

"Yo soy la voz que clama en el desierto". El fraile no sospechaba que iba a convertirse en el protagonista de "uno de los más grandes acontecimientos en la historia espiritual de la humanidad". Sin titubeos empezó el dominico:

"Paraos todos a conocerme: He subido aquí yo, que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla, por tanto conviene que con atención no cualquiera sino que con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos me oigáis; la cual voz será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura que jamás no pensasteis oír. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y terrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus casas y tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas con muerte y estragos habéis consumido? ¿Estos no son 'hombres'? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que no tienen y no quieren la fe de Jesucristo."

La actitud valerosa de Montesinos ha sido certeramente definida como "la primera batalla por la libertad humana en América". La gran controversia del siglo XVI que empezó bajo un techo pajizo en una iglesia humilde de la isla de Santo Domingo, no tardó en llegar a la Península y tuvo como centro principal las más célebres Universidades y Estudios de España: Valladolid, Alcalá y Salamanca. Y es timbre de gloria para mi Orden el que los campeones más conspicuos y más ardorosos de esa gran batalla por la libertad que inició Montesinos, hayan sido todos Dominicos: Francisco de Vitoria, Carranza, Domingo de Soto, Melchor Cano, Pedro de Soto, Juan de la Peña y Diego Chávez.

Unánimemente defendieron ellos desde la cátedra universitaria, que los indios eran seres racionales, dueños de sí mismos y de sus actos, con derecho a la vida y a la libertad; que ni la infidelidad, la idolatría o el retraso mental eran parte a destituirlos de sus bienes. Según esos maestros Dominicanos, los indios podían elegir libremente a sus jefes y régimen propio; formaban pueblos libres y soberanos, independientes del Papa y del Emperador; con derecho a la soberanía y la convivencia pacífica: eran iguales a los europeos y cristianos. En una palabra, defendieron la soberanía, la libertad y la igualdad jurídica de todos los pueblos.

Frecuentemente se dice que la polémica entablada por los profesores dominicos no pasó de ser una lucha "teórica", sin repercusiones fuera de la Universidad. Si así hubiera sido, quizá Carlos V no hubiera interpuesto la reprensión y la censura cuando escribió al Prior de San Esteban de Salamanca, el 10 de noviembre de 1539:

"Yo he sido informado que algunos maestros religiosos de esa casa han puesto en plática y tratado en sus sermones y repeticiones, del derecho que nos tenemos a las Indias, Islas e Tierra Firme del Mar Océano . . . Y porque de tratar de semejantes cosas sin nuestra sabiduría e sin primero nos avisar dello, más de ser muy perjudicial y escandaloso, podría traer grandes inconvenientes en deservicio de Dios y desacato de la Sede Apostólica e Vicariato de Cristo e daño de nuestra corona real destos reinos, hemos acordado de vos encargar y por la presente vos encargamos y mandamos, que luego sin dilación alguna llaméis ante vos a los dichos maestros religiosos que de lo susodicho o de cualquier cosa de ello hobieren tratado, así en sermones como en repeticiones o en otra cualquiera manera, pública o secretamente, y recibáis dellos juramento para que declaren en qué tiempo y lugares, y ante qué personas, han tratado y afirmado lo susodicho, así en limpio como en minutas y memoriales, y si dello han dado copia a otras personas eclesiásticas o seglares. Y lo que ansí declararen, con las escrituras que dello to vieren, sin quedar en su poder ni de otra persona copia alguna, lo entregad por memoria firmada de vuestro nombre a Fray Nicolás de Sto. Tomás, que para ello enviamos, para que lo traiga ante nos, y lo mandemos ver, y proveer cerca dellos lo que convenga al servicio de Dios y nuestro. Y mandarles heis de nuestra parte y vuestra que agora ni en tiempo alguno, sin espresa licencia nuestra, no traten ni prediquen ni disputen de lo susodicho, ni hagan imprimir escritura alguna tocante a ello, porque de lo contrario yo me tmé por muy deservido y lo mandaré proveer como la calidad del negocio lo requiere."

La reacción del Emperador se justificaba, porque el 10 de junio de 1539, Vitoria, desde su Cátedra de Prima de Salamanca, había lanzado expresiones como estas: "No han nacido razas para ser esclavas, ni la naturaleza ha creado a otros pueblos para ser señores. Todos tienen derecho a la libertad y a elegir y vivir bajo el régimen político que les plazca y a escoger libremente la protección de los pueblos civilizados".

Siguiendo los pasos de Vitoria, viene Melchor Cano. El ilustre teólogo somete a crítica demoledora el pretendido derecho de emigración y comercio en que quieren apoyarse los buscadores de títulos a la dominación de América. El 10 de marzo de 1544, en la Universidad de Alcalá, declara Melchor Cano: "Los indios nunca han injuriado a los españoles. Inermes pusilánimes no han dado causa de guerra. Además, los españoles no se presentaron como peregrinos sino como verdaderos invasores. Tienen, pues, razón para desconfiar y para que sea inválido el título de emigración comunicación natural." Y el infortunado Bartolomé de Carranza dirá en Valladolid el 18 de octubre de 1540, para reprobación de las teorías colonialistas: "Debe España enseñar a los indios por medio de hombres probos que no vuelvan a su barbarie; y cuando estuviere esto por 16 o 18 años y estuviere la tierra llana, porque ya no nay peligro de que vuelvan a su método de vida, deben ser dejados en su en su primera y propia libertad, porque ya no necesitan de tutor."

La lucha iniciada y adelantada por los hijos de Santo Domingo en las tierras ensangrentadas de América y en las Universidades de España, divide la opinión de entonces en dos sectores, uno que representa al imperialismo con sus secuelas de dominación, de racismo y de exterminio de lo genuinamente americano, y el de los abanderados de la justicia y de la libertad humana. Tan impresionante huella ha dejado en la historia esta polémica, que un internacionalista, ajeno a nuestra raza y a nuestros destinos, ha podido escribir: "El completo éxito alcanzado por el primer sector habría significado el aniquilamiento de los indios nativos, como ha sucedido allí donde la raza anglosajona se ha puesto en contacto con los naturales."

Todo lo anterior, inútil y fuera de lugar a primera vista, sirve al contrario para conocer y apreciar la figura y la obra de otro Dominico insigne, el Padre Bartolomé de las Casas. En la lucha por la libertad de los indios, el Padre Las Casas fue el soldado que combatió a brazo partido y arremetió y atacó con más fiereza allí donde los teólogos de Valladolid, Alcalá y Salamanca indicaron el punto flaco del enemigo.

"No hubo ningún Las Casas en las Colonias inglesas o francesas de América. Los puritanos consideraban a los indios y a los negros corno salvajes malditos que podían ser destruidos o esclavizados sin consideración."

Las Casas, Montesinos, Vitoria y Carranza son los representantes del criticismo español en América; son figuras gloriosas y mantenedores auténticos de la conciencia española en el Nuevo Mundo, como lo reconoció el Vigésimo Sexto Congreso de Americanistas. "Pertenecen, dice Gabriel Giraldo Jaramillo, a la pléyade de cuantos proclamaron altivamente los derechos del hombre americano, echando así las bases de una democracia orgánica y preparando el camino de la independencia."

"El más ilustre de los sevillanos y el más genial de los españoles", nacido en 1474 y muerto en 1566, después de haber trabajado 45 años por ver implantadas la libertad y la justicia en América, ocupó un lugar de predilección en el corazón de Bolívar. No podía ser de otra manera: los dos vivieron los mismos ideales, soñaron en la misma América grande y libre, y sobrellevaron iguales padecimientos, los de la incomprensión, la persecución y la calumnia, por realizar los mismos anhelos.

¡Cómo me impresiona el leer la Carta de Jamaica! allíaparece Bolívar de cuerpo entero. Está desterrado en Kingston, incomprendido de los suyos y abandonado de sus leales, y habla proféticamente de la gloria del mundo libre. Le tortura el espectáculo de las luchas y rivalidades de sus conciudadanos en momentos en que la llama de la libertad empieza a arder, y se ve obligado a admitir con Montesquieu: "Es más difícil sacar un pueblo de la servidumbre que subyugar uno libre." El estruendo de su fracaso y la rabia que le quema las entrañas le obligan a manifestar: "Más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países." Y sin embargo, en uno de esos vuelcos y viceversas que tienen los genios, esboza el proyecto que años más tarde presentará en el Congreso de Angostura y que inculcará a sus conciudadanos ya en las puertas del sepulcro: "La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una República central, cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el nombre LAS CASAS, en honor de este héroe de la filantropía se funde entre los confines de ambos países." Páginas antes, el Libertador ha hecho mención del Protector de los indios y le ha llamado el "filantrópico Obispo de Chiapa, el apóstol de la América", y confiesa que "todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza, denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario." No hay duda que Bolívar escribe bajo la impresión que le ha producido la lectura de la "Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias".

Fray Bartolomé de las Casas es "clérigo con encomiendas" cuando el Padre Montesinos, tronando desde el púlpito, proclama que los indios son hombres, seres racionales y por lo tanto poseedores de todos los derechos inherentes a la persona humana. Al convertirse por obra de la predicación de los Dominicos, empieza por rectificar su conducta; da libertad a sus indios v comienza su obra de apostolado.

El mismo nos refiere que influyeron definitivamente en su alma, las palabras del Eclesiastés: "quien derrama sangre y quien defrauda al jornalero, hermanos son". Entrado en 1523 a la Orden Dominicana, seguirá con más bríos v más autoridad, llamando a juicio a conquistadores y encomenderos. Ocho veces atravesará el mar para interceder en la Corte por la suerte de los indios; despreciará con altivez la oferta del riquísimo arzobispado del Cuzco y llegará hasta trasladarse definitivamente a España en 1547, y renunciar a su obispado de Chiapa en 1550, a fin de dedicarse por completo a atender las quejas, mover los pleitos y denunciar los abusos que le notifiquen sus corresponsales de toda América. Un hombre así tenía que convertirse en blanco del odio. Cuando en 1542 salieron promulgadas las Leyes Nuevas en defensa de los indios, López de Gomara nos dice que los españoles en el Nuevo Mundo "unos se entristecían, temiendo la ejecución, otros renegaban, y todos maldecían a Fray Bartolomé de las Casas que las había procurado."

El Padre las Casas nos ha dado la razón de su actitud en favor de los indígenas con estas sencillas palabras: ''Nuestra religión cristiana es igual y se adapta a todas las naciones del mundo, y a todas igualmente recibe y a ninguna quita su libertad ni sus señores, ni mete debajo de servidumbre, o color ni achaques de que son siervos a natura." Palabras que pronuncia en solemne audiencia ante la majestad de Carlos V en 1519.

El 20 de enero de 1533 es fecha importante en la vida de Las Casas. Es entonces cuando escribe su famosísima carta al Consejo de Indias. Entre otras cosas les dice a los señores del Consejo: "Ya llegan al Cielo los alaridos de tanta sangre derramada; la tierra no puede ya sufrir ser regada de tanta sangre de hombres; los ángeles de paz y aun el mismo Dios, creo que ya lloran; los infiernos solos se alegran . . . Lo que yo nunca pudiera pensar es que a tan desmandada licencia vinierais que porque los alemanes prestasen trescientos o cuatrocientos mil ducados al Rey, o cuantos dicen que fueron, les entregaseis doscientas leguas de costa de tierra firme, alquiladas, o por mejor decir, para que las metan a sacomano, como hoy día lo hacen, que después de robadas las despueblan de sus propios moradores, enviando navios cargados de indios a esta isla, matando por tomarlos y echando a la mar, por traer ciento, quinientos. ¿Por qué, señores, hacéis tantas liberalidades de lo que no conocéis ni sabéis qué dais, ni podéis dar, con tanto perjuicio de Dios y de los prójimos."

Pasa luego a exponer los remedios para que cesen los males que tan enérgicamente denuncia, y termina con este pasaje que asombra por su coraje y audacia: "Este, señores, es justo gobernar, y este es el camino derecho para que el Rey nuestro Señor tome posesión de estas tierras y sea justo poseedor de estos reinos; que el camino de hasta aquí y gobernación que hoy se tiene, ha sido bravamente tiránico y ha privado, de derecho divino y aun humano, del señoría y acción de este mundo que acá está, a Su Alteza. Por eso, señores, no engañe nadie al Rey, y trabajen Vuestras Señorías y mercedes, por el camino y gobernación contraria de la hasta aquí, a recobrar el derecho perdido. Porque os hago saber que estas naciones tienen justa guerra desde el principio de su descubrimiento, contra los cristianos. Y sepan más, que no ha habido guerra justa ninguna hasta hoy de parte de los cristianos, hablando en universal. Y cuando Vuestras Señorías y Mercedes quieran la probanza de esto, porque de aquí se sigue que ni el Rey ni ninguno de cuantos acá han venido, han llevado cosa justa ni ganada, y son obligados a restitución, aquí estoy aparejado y muy aparejado para hacer esta conclusión verdad, y es tan verdad que no dudo más de ella que del Santo Evangelio."

En la Primera Junta de Obispos mexicanos, en 1546, está presente Las Casas y logra formular lo que se ha llamado con toda razón la "Declaración de los derechos de los indígenas", con que el Sínodo episcopal se enfrentó a los encomenderos: "a) Todos los infieles de cualquier secta o religión que fueren, y por cualquier pecado que tengan, cuanto al Derecho Natural y Divino, y el que llaman Derecho de gentes, justamente tienen y poseen señorío sobre sus cosas que sin perjuicio de otros adquieran, y también con la misma justicia poseen sus principados, reinos, estados, dignidades, jurisdicciones y señoríos. b) La guerra que se hace a los infieles por respecto a que mediante la guerra sean sujetos al imperio de los cristianos, o se quiten los impedimentos que para ello puede haber, es temeraria, injusta, perversa y tirana; c) La causa única y final de conceder la sede apostólica el principado supremo y superioridad imperial de las Indias a los reyes de Castilla y León, fue la predicación del Evangelio y la dilatación de la fe, y la conversión de aquellas tierras, y no por hacerlos mayores señores ni más ricos príncipes de lo que eran."

La más ruidosa y triunfante polémica del Padre de las Casas tuvo lugar en Valladolid en 1551. El doctor Juan Ginés de Sepúlveda, anticipo de filósofo racista, abogaba por la guerra de conquista contra los nativos americanos. Dominarlos primero y evangelizarlos después. Decía desdeñosamente el doctor Sepúlveda: "Los indios son tan inferiores a los cristianos como los niños frente a los adultos o las mujeres frente a los hombres. Los indios son tan diferentes de los españoles como la gente cruel lo es de la benigna, como los monos de los hombres." Y no tenía reparo en aludir a "esos hombrecillos en los cuales encontraréis apenas vestigios de humanidad". Fue entonces cuando el Padre Las Casas, callando para siempre a Juan Ginés de Sepúlveda, lanzó la frase famosa: "Todos los pueblos del mundo son hombres."

Las Casas, soldado de primera fila en la lucha por la justicia podía exclamar al fin al de su vida como haciendo un resumen de su obra: "Ha 40 años que trabajo en inquirir, estudiar y sacar en limpio el derecho. Creo, si no estoy engañado, haber ahondado en esta materia hasta llegar al agua de su principio. Yo he escrito muchos pliegos en papel, y pasan de dos mil en latín y en romance."

No extrañemos, pues, señores, que Bolívar sintiera tan viva admiración por el Protector de los indios. El soñador que hemos visto en Jamaica está ahora lleno de gloria y abrumado de honores ante el Congreso de Angostura, el 14 de diciembre de 1819. Entre los halagos, homenajes y hasta adulaciones, persistió en él ante todo la unión de Colombia y Venezuela y luego la glorificación de Fray Bartolomé de las Casas. Por eso dirigiéndose a los miembros del Congreso formuló esta declaración: ''La reunión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas; es el voto de los ciudadanos de ambos países y es la garantía de la libertad de la América del Sur."

Y el General 0'Leary en sus memorias consigna este testimonio: "En Santa Fe, y en todas las provincias del tránsito y desde su llegada a Angostura, Bolívar no perdió ocasión de popularizar este vasto proyecto, que era el asunto favorito de sus conversaciones, en las que se complacía en demostrar las ventajas que de esa unión reportaría la América entera. A sus íntimos amigos decía: El plan en sí mismo es grande y magnífico; pero además de su utilidad deseo verlo realizado, porque nos da la oportunidad de remediar en parte la injusticia que se ha hecho a un grande hombre, a quien de ese modo erigiremos un monumento que justifique nuestra gratitud. Llamando a nuestra república Colombia v denominando a su capital Las Casas, probaremos al mundo que no sólo tenemos derecho a ser libres, sino a ser considerados bastantemente justos para saber honrar a los amigos y a los bienhechores de la humanidad: Colón y Las Casas pertenecen a la América. Honrémonos perpetuando sus glorias."

Es cierto que Bolívar no obtuvo del Congreso de Angostura el homenaje que esperaba tributar a Las Casas. Incumbe a la corporación encargada de perpetuar sus glorias y realizar sus anhelos, cumplir en el máximo posible los votos del Libertador.

Al ingresar como miembro correspondiente en la Sociedad Bolivariana he querido hacer descollar el sentimiento nobilísimo de la gratitud de Bolívar, que quiso un monumento perenne para el Protector de los indios v Padre de América.

Fray JOSÉ MARÍA ARÉVALO, O. P

 

DISCURSO DEL DOCTOR GUILLERMO VARGAS PAÚL

Señor Presidente de la Sociedad Bolivariana de Colombia, Reverendísimo Padre Provincial de la Orden Dominicana, Reverendo Padre Rector, señores Bolivarianos, señoras, señores:

Por generosa como deferente disposición del R. P. José María Arévalo, que me honra y me enaltece sobremanera, correspóndeme satisfacer el grato encargo de dar respuesta al discurso con que el ilustre sacerdote dominico, ha rubricado de manera elocuente su ingreso a la Sociedad Bolivariana de Colombia.

Al aceptar complacido el obligante requerimiento que me vincula de manera tan destacada a este acto solemne, quisiera relievar el hecho de que por tercera vez y en este mismo sitio, se me brinda la ocasión de expresar mi vieja y arraigada admiración hacia una comunidad que se halla estrechamente vinculada a mi vida, desde sus propios albores. En efecto, nacido al amoroso amparo de la ciudad mariana por excelencia, recibí de manos de un dominico las aguas bautismales. Luego, en el decurso de mi existencia y en seguimiento de una ancestral tradición familiar, siempre he tenido la oportunidad de ver presentes en mi casa, en momentos culminantes de complacencia o, de dolor, a los religiosos dominicos. Y de unos cuantos años para acá, disfruto del honor de formar parte del cuerpo profesoral de este prestigioso plantel docente. Dados los antecedentes que acabo de referir, estaría por demás realzar la profunda efusión con que acudo a esta cita a la que me convoca el R. P. Arévalo, con motivo de la merecida distinción de que ha sido objeto por parte de la Sociedad Bolivariana de Colombia.

No hace de ello muchos años, se daba cita en este recinto la Sociedad Bolivariana, para recibir en su seno a un eminente hijo de Domingo Guzmán, el R. P. Fray Alonso Ocampo, quien por el brillo de su talento y la reciedumbre de su cultura, honra por igual a nuestra Corporación y a la comunidad a que pertenece. Algún tiempo después, estos severos claustros volvían a abrir sus puertas a la Sociedad, para exaltar muy justamente a la categoría de Numerario, a otro ilustre dominico, el R. P. Fray Luis J. Torres Gómez, insigne rector de este colegio. En ambas circunstancias se me deparó el privilegio de llevar la palabra a nombre de nuestra Institución. Y hoy nuevamente aquí presentes, cábeme la alta distinción de ostentar la representación de la Sociedad, en el instante en que otro notable dominico, el R. P. Arévalo, hace solemne profesión de fe bolivariana, y promete vincularse de manera perdurable a sus actividades académicas, que tienen como fin esencial la divulgación del pensamiento genial de Bolívar y la guarda celosa de su memoria veneranda.

La Sociedad Bolivariana se halla hoy de plácemes, porque ve engrosar sus filas con un elemento de las más altas calidades intelectuales, que no sólo habrá de darle brillo a sus nobles y patrióticas tareas, sino que habrá de servirla con devoción, entusiasmo y decisión insuperables. No llega el P. Arévalo a esta Corporación escaso de méritos. Muy por el contrario, su vasta ilustración, y su decidida inclinación a las tareas de índole intelectual, son títulos por demás suficientes que le califican sobradamente para pertenecer a esta entidad o a cualquiera otra de idénticos afanes culturales.

Rompiendo por breves instantes la discreta penumbra dentro de la cual el R. P. Arévalo ha querido mantener su vida de religioso, voy a permitirme arrojar un poco de luz sobre los principales jalones de su meritoria existencia, consagrada por entero al silencioso retiro del claustro. Bien sé R. P. que voy a herir su desconcertante modestia, y que contrariaré además su vehemente deseo de escapar al elogio y a la exaltación de sus eminentes virtudes de hombre y de sacerdote. Pero me considero con el derecho de hacerlo hoy en esta ocasión trascendente, entre otras muchas razones, porque mis palabras, S. R. bien lo sabe, vibran con el acento de la más profunda sinceridad, y no las mueve inspiración distinta, de la de rendir público testimonio de sus atributos intelectuales, que enaltecen justamente a la venerable Comunidad Dominicana.

Ve la primera luz el R. P. Arévalo por el año de 1923 en La Playa, allá en las altivas breñas de Santander del Norte, donde la vida, no obstante la belleza ocre y quebrada de su suelo, torna pronto al niño en hombre capaz de enfrentarse a las asperezas de la naturaleza que le rodea. El santandereano goza entre sus compatriotas la fama de ser hombre áspero, hosco y adusto, porque presumimos que lleva muy hondo en el alma, la calcinante imagen de su terruño, que al obligarle a librar ardua lucha por el diario vivir, sofoca con frecuencia sus sentimientos y toma acerada su voluntad. Hombres fuertes surgen allí, de genio altivo y corazón templado, que conforman un conglomerado de excepcionales condiciones humanas, del cual puede enorgullecerse con justicia la patria. Parcos en el hablar, sencillos en el trato, extraños por temperamento a la ostentación de sus sentimientos, acuden sin alardes a la cita con el destino, empujados por ese supersensible concepto del honor y de la dignidad personal, que en ellos adquiere categoría heroica.

El joven José María no es, no puede ser extraño a las características que distinguen a su raza indomeñable. Hereda el carácter arisco y levantado de su tierra, y cuando piensa por sí mismo, abandona el paterno hogar y el Colegio José Eusebio Caro de Ocaña, para matricularse en el Seminario de Pamplona. Ha concluido, y en ello intuye con acierto, que su vocación le llama al servicio de Dios desde el estado sacerdotal, y como buen santandereano, no lo piensa dos veces. El Seminario de Pamplona, no obstante la severidad que impone el reglamento, parece no satisfacer plenamente al novel estudiante, sobre quien ejerce una subyugante atracción la austera vida conventual. Por ello decide sustituirlo por el Convento de los Dominicos de Chiquinquirá. El ambiente de oración, de estudio, de contemplación que allí encuentra, y que emanan del fiel cumplimiento de las prescripciones de la regla de Santo Domingo de Guzmán, era al que él tanto había aspirado. De ahí que en su nueva vida monástica, se encuentre a plena satisfacción, como el pez en el agua. La actividad diaria, repartida allí entre la atención de sus deberes de religioso y las ávidas lecturas, llena a cabalidad el ideal supremo que se había forjado el joven novicio.

Dotado por la Providencia con no escasos dones intelectuales, su despierta inteligencia, y su insaciable deseo de conocimientos, bien pronto le destacan entre sus compañeros de noviciado, hasta el punto de que sus superiores, percatados de sus nada comunes capacidades, deciden enviarlo a terminar su carrera sacerdotal a Europa.

En el Pontificio Ateneo Internacional Angelicum de Roma, completa sus estudios eclesiásticos, que le permiten recibir el presbiterado el 26 de junio de 1949. Doctorado en filosofía y sagrada teología, hace importantes y profundas especializaciones en lenguas orientales. Pero esto no es aún suficiente para el joven dominico, por lo cual solícita y obtiene permiso de sus superiores, para trasladarse a Francia, donde en la Universidad de la Sorbona y en el Instituto Católico de París, profundiza más en teología y filosofía y obtiene las borlas doctorales en ciencias sociales.

No es difícil imaginarnos al P. Arévalo en tan notables centros de estudio y en ambiente de tan alta cultura, embebido en las ciencias, devorando libros, en su infatigable sed de lectura. Con suma obediencia pero con pesar, debió recibir la orden de dejar el viejo mundo donde había aquilatado tan vastos conocimientos, para regresar a su patria. Con indudable acierto le destinaron al profesorado en el Convento de Santo Domingo de esta ciudad, donde dicta con erudición lecciones de lenguas orientales, filosofía, teología y griego clásico.

Luce pues, el R. P. Arévalo las borlas doctorales en teología, filosofía, ciencias sociales, otorgadas por las más prestigiosas universidades de Europa, y domina con propiedad el griego, el latín, el francés, el inglés, el hebreo y otros tantos idiomas más. Inmenso arsenal de cultura, puesto hoy al servicio de la venerable Comunidad Dominicana. Amante de la historia de su patria, no hay libro sobre este tema que no haya leído, ni suceso histórico que no haya escudriñado con paciente consagración de investigador. De esta permanente inquietud intelectual, del profundo conocimiento que tiene de nuestro pasado, ha surgido límpida y grande su admiración hacia la figura del Padre de la Patria. Esta probada devoción al Libertador, le ha llevado con sobra de merecimientos, a ocupar un sitio destacado en la nómina de los miembros de la Sociedad Bolivariana, que hoy jubilosa le recibe.

Buena muestra de sus brillantes capacidades para la investigación histórica, es el interesante estudio con que acaba de deleitarnos, que le señala además como ágil escritor de castizas formas, y de elegante expresión literaria. Nos ha traído a la memoria el P. Arévalo, una atrayente figura humana, que vistió como él el hábito dominicano, y la cual por los nobles impulsos que agitaron su corazón de hombre y de sacerdote, se coloca con toda razón, entre los grandes adalides de los derechos del hombre americano. Bartolomé de las Casas puede ocupar sin menoscabo el sitial de honor que hemos reservado a los precursores de nuestra independencia, pues una y otra vez se dejó oír su autorizada voz en la Corte de España, en defensa de la población indígena de este Continente, y de los derechos inalienables que como a seres creados a semejanza de Dios, les correspondían. Aquel gran dominico, como oportunamente lo recuerda el P. Arévalo, espera, el homenaje que todos los americanos estamos en mora de rendirle, y que quedó esbozado en el proyecto del Libertador, de fundar una ciudad, Las Casas, que fuera a la vez la capital de la Gran Colombia, suprema ambición política que se constituyó en el más caro sueño de Bolívar, y cuya desintegración acaso fue uno de los grandes pesares que agobiaron al Libertador y le precipitaron al sepulcro. Importante iniciativa le ha planteado el P. Arévalo a la Sociedad Bolivariana, al revivir la idea de Bolívar respecto al tributo que tarde o temprano debemos rendir a Bartolomé de las Casas. La entidad, permanente vigía de la heredad ideológica bolivariana, habrá de acoger con sumo interés y entusiasmo, el planteamiento que acaba de hacérsele en relación con el irrealizado propósito del Libertador, y hallar la manera de honrar la memoria del gran defensor de los derechos del mundo americano. Tenéis pues, señores Bolivarianos, que una inquietud se ha agitado ante vosotros con elocuencia y con verdad, cumple a vuestro fervor por la egregia figura del Padre de la Patria, medir su importancia y trascendencia.

Reverendo Padre Arévalo:

Vuestra presencia en la Sociedad Bolivariana no debe pareceres extraña, ni inmerecida ni mucho menos fortuita. Vuestros relievantes atributos de intelectual, de sacerdote y de patriota, os tienen ganado de antemano un lugar de preeminencia dentro de ella. Además, tres de vuestros hermanos de religión, los RR. PP. Francisco Mora Díaz, Alonso Ocampo y Luis J. Torres, os han precedido en el noble servicio de los ideales que animan a nuestra Corporación. El R. P. Torres, ostenta hoy con sin igual decoro y especial complacencia nuestra, la alta investidura de Vicepresidente de nuestra Sociedad, posición de honor que él ocupa por su probada devoción bolivariana y por la excelsa condición de sus virtudes personales. Vuestros antecesores dominicos en la adhesión a la causa bolivariana, os han trazado ya un derrotero luminoso, que vuestro talento y vuestro saber eminentes, os harán fácil transitar, para propia satisfacción vuestra, beneficio de la Entidad y prestigio de la Orden a que pertenecéis.

A nombre de mis colegas de la Sociedad Bolivariana de Colombia, os presento un saludo fraternal, y os invito a que os vinculéis entusiastamente nuestras labores, en la seguridad de que en cada uno de nosotros hallaréis la más franca, sincera y cálida acogida.

Permitidme, por último, R. P., que os exprese en este solemne momento, la viva e íntima complacencia con que como amigo personal vuestro, registro vuestro ingreso a la Sociedad Bolivariana, así como mi gratitud infinita, por el honor que me habéis dispensado, al designarme, sin mérito alguno que lo justifique, para dar respuesta al brillante discurso de recepción que acabáis de pronunciar.

GUILLERMO VARGAS PAÚL
Bogotá, D. E-, septiembre 13 de 1962.

 
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