Centro de Historia de La Playa de Belén

 

De pie: Jairo Nelson Pacheco, José Claro Manzano, Miguel José Claro Manzano, Ronulfo Bayona (q.e.p.d.), Miguel Tarazona Ramírez, Javier Claro Delgado, Jesús Alosno Velásquez Claro (Capitán), Miguel Pérez Claro.

Agachados: Luis Carlos Claro Sánchez, Ramón Pérez, Hernando Velásquez V., Betty Judith Torres (Madrina), Profesor Roberto Cantillo Claro, Aníbal García y Yamil H. Pacheco.

Fotografía enviada a www.laplayadebelen.com por el poeta Alonso Velásquez Claro, desde la ciudad de Bucaramanga, el 12 de abril de 2005. (Publicada en nuestro Museo del Deporte).

 

Unión Bachiller
Por Uriel Arévalo Franco
 
 
 

Todavía me acuerdo de la camiseta. Tenía un color raro, no se si azul intenso, y llevaba un estampado chillón que lucía muy apropiado para un carnaval, no para jugar fútbol. Cuando alguien lanzó la idea, creo que fue Mariano, todos nos miramos y dijimos: ¿Será? Picados por el afán de impresionar terminamos acogiendo la propuesta de una camiseta innovadora con la ansiedad que despierta todo aquello que no se ha hecho antes.

Un grupo fue al almacén de doña Ligia a escoger la tela. Tras una esmerada explicación que solo pretendía que la idea sonara normal, doña Ligia pasó de un gesto inicial de sorpresa a uno de sonrisa cómplice. Como pudo bajó de los estantes un amplio menú de telas, todas extravagantes. No tardamos mucho para escogerla. Esa era la misión. Si nos demorábamos tendríamos que explicarle al primer curioso que asomara la cabeza por allí.

Diva nos tomó las medidas y empezó a confeccionarlas con discreción. Esa fue la sagaz instrucción. Pese a ello, muy pronto rodó la bola de que el equipo de fútbol del Colegio había mandado a confeccionar unas camisetas muy raras. Pueblo pequeño, al fin y al cabo.

La curiosidad de los espectadores se notaba ese domingo. Llegamos a la cancha sin mostrarla. Nos cambiamos a la hora de la señal. Unos detrás de los carros y otros en las partes bajas de los barrancos de la quebrada La Vaca. A la hora de la hora salimos y formamos un grupo para captar las primeras impresiones. Todos nos miraron con ojos grandes como queriendo enfocar muy bien.

Se sorprendieron. Unos alabaron la innovación pues rompía el molde de la camiseta tradicional unicolor que a lo sumo tenía el cuello y el número de color distinto. Las peladas (me disculpan, pero si digo "chicas" o "mujeres" el relato no suena autentico) se acercaron emocionadas a tocar la camiseta para descubrir el tipo de tela y para felicitarnos. Confieso que ese fue el mejor momento. Los conservadores a ultranza, los gendarmes de la tradición pura, no dejaron de echar vainazos. "¿De esas camisetas hay para hombres?", dijo alguien con una risita socarrona clásica.

Ahora que lo pienso, el asunto de la camiseta vino a ser una especie de reacción tardía frente a ese gran movimiento mundial de los jóvenes de los años sesenta que proclamaron una ruptura con la tradición y el puritanismo férreo de sus ascendientes. Los hombres se dejaron crecer el pelo y las mujeres acortaron la falda. Se bailó Rock and Roll con un frenético movimiento de caderas que hacía sonrojar a los cuarentones más liberales. La píldora entró en furor, el Che empezó a mitificarse y los purpurados se santiguaban. En fin, pasaron muchas cosas que en últimas moldearon un mundo diferente.

Y digo tardía porque lo del estampado chillón fue por allá en 1975, si mal no estoy, cuando ya se asomaban nuevas tendencias en el mundo. Pero a decir verdad hubo otras reacciones que no fueron tan tardías. Un par de años atrás varios alumnos del Colegio se dejaron crecer las mechas hasta los hombros y la falda del uniforme de gala de las alumnas, si bien no era una minifalda, tampoco tapaba la rodilla.

Las mechas no prosperaron. Más se demoró el Ministro de Educación Nacional en eructar la prohibición del pelo largo en los colegios, que el profesor Raúl Quintero en armarse con unas tijeras romas. Le cayó primero a Pacho Pérez dizque porque tenía la melena más larga. Luego le cayó a otros, el suscrito incluido. El escarnio no pudo ser más aleccionador, pues, la trasquilada se hizo en el salón de clase frente a todos los compañeros. Al final todo terminó en una risa colectiva y sin rencores. Eran los días del acatamiento. Eran los tiempos del respeto extremo.

A propósito de Pacho, y regresando al tema inicial, él era el jugador estrella del equipo del Colegio: ¡El imbatible, el todopoderoso Unión Bachiller! Puede que les suene rimbombante, pero así lo sentíamos. El equipo era el instrumento para hacernos notar, el medio para ser grandes, fuertes y triunfadores. Con disciplina draconiana madrugábamos a entrenar casi a diario para ganar fortaleza física. Éramos muy pollos, el mayor no pasaba de dieciocho y el menor rondaba los quince.

De manera pues que teníamos juventud, energía, disciplina y por sobre todo camaradería. Parecíamos hermanitos. Se ganaron muchos partidos aprovechando la debilidad física de los contrarios. Terminaban el primer tiempo con la lengua afuera y en el segundo tiempo se les daba la estocada, si es que ya no venían estocados del primero. Así le pasaba a Montecitos, equipo que tenía varios jugadores corpulentos, pero sin físico. Muchas veces me tocó un cara a cara con el grueso y grandote Hugo. Daba angustia enfrentarlo cuando iniciaba un partido pero a medida que avanzaba el tiempo se podía capotear más fácilmente.

En mis rodillas tengo sendas cicatrices a raíz de las caídas en esa cancha tan abrasiva como un cepillo de alambre. Uno sentía que caía sobre una lija gigante cuando era trabado de atrás. Me temo que a la mayoría de jugadores les pasó lo mismo. Aprovecho para invitarlos a que miren sus piernas y se acuerden. Ese hilo de sangre que corría rodilla abajo parecía el emblema de un pacto sagrado, algo así como una comunión entre el jugador y la cancha que le daba licencia para enfrentarla con 'berraquera'. No era raro ver un partido con varias piernas chorreadas de sangre. Incluso, recuerdo jugadores que se sentían bien luciéndolas después del partido. Y si tenían una cerveza en la mano, mejor.

Hace poco hablé con Pacho. Luego de un eufórico saludo que incluyó un cariñoso madrazo (si, hay madrazos cariñosos cuando se dicen con cariño) más las consabidas preguntas por la familia, el trabajo y la situación ("¿Cómo está la vaina por allá?"), él me transportóde repente a 1975. No recuerdo por qué, pero así fue. Quizá por la necesidad que tenemos todos de recordar viejos momentos gratos con los mismos protagonistas. Y ese año fue precisamente muy grato: El Unión Bachiller, el imbatible, el todo poderoso, dio la vuelta olímpica en la cancha de Los Estoraques, nuestro Maracaná, luego de conquistar el campeonato municipal de fútbol. Nada menos.

Lo cierto es que ese momento fantástico lo tenía un poco borroso. Ya saben, eso fue hace treinta años, cuando mandaba López, sonaba Fruko y sus Tesos y el Padre Vergel no pelaba domingo con su 'Progreso Campesino'. Pero Pacho, con ese amor eterno que le tiene al fútbol, me sacó de la laguna y me llené de orgullo otra vez. ¡A celebrar se dijo!

 

 

Arauca (Arauca), 2 de noviembre de 2005

Hola, Guido:

Un fuerte abrazo novembrino. Me animé a escribir una nota sobre Unión Bachiller por sugerencia del primo Pacho Pérez, quien me recordó hace poco, con mucho orgullo, que el equipo cumple 30 años de haberse coronado campeón. No me acuerdo si después fue campeón, o antes. Lo cierto es que en el 75 lo fuimos. Hasta pronto. Uriel